Mariana Rodríguez comenta «Para una historia de los alimentos» de María Eugenia López.

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Un sónar de sonares.

Estaba sola.

Al pasar, en una estación del metro de París vi que daban las doce de la noche.

Era muy desgraciada; por otras cosas.

Las lágrimas comenzaron a correr, silenciosas.

“Año nuevo” en Río subterráneo de Inés Arredondo

                El azar quiso que en un remate de libros me “tropezara” con Río subterráneo, un libro de cuentos de Inés Arredondo. No el azar, sino yo misma quise leer Para una historia de los alimentos, el último libro de María Eugenia López, poeta argentina radicada en La Plata. Ambos libros fueron mis últimas lecturas y ambos fueron leídos de manera paralela. No para buscar una conexión entre ellos, lo que pasa, es que como algunos insectos, salto de un jardín a otro.

            Terca, como suelo ser, insistí en leer Para una historia de los alimentos porque siempre voy a María Eugenia, siempre me encuentro enredada entre sus poemas. Su cálida voz, aunque no la puedo escuchar, hace eco en los rinconcitos de mi memoria. Su ritmo cautivante, aquel que habita sus poemas, hipnotiza de manera natural a quien la escucha. Sus palabras me mueven y a la vez calman. Inexperta ante la meditación, me acomodo en la poesía y en silencio comienzo mi lectura.

              Al igual que el cuento de Inés Arredondo, la poeta argentina comienza el libro con textos que nos llevan a París a pasar el año nuevo. Pero a diferencia del París de la cuentista mexicana no hay lágrimas. La única agua que corre radica debajo de un puente. Aunque también hay lluvia que rompe el mapa de la poeta y “El agua era de donde nos agarrábamos para andar”.

               El agua que se bebe en forma de bebidas calientes, para aguantar el frío europeo que tanto nos maravilla a las latinoamericanas. Bebida que se convertirá en orina y que la protagonista de esta primer parte del libro debe “descargar” en secreto para que la dueña del lugar donde se queda, no note su presencia. Una presencia enamorada, llena de luz que irradia cariño y poesía por sus poros.

               Cariño de dos mujeres que salivan, que se sienten y conviven en el silencio. Pero también en las voces. Sobre todo en las voces. Voces viejas como las catedrales, en ese momento aún sin incendiarse. Voces extranjeras. Murmullos en otro idioma. Las voces de las ambulancias. Los ecos de un viaje lleno de una entrega que sólo el amor sabe evocar. Un amor envolvente. Sin embargo, por una extraña razón, pienso en el año nuevo de Inés Arredondo, pienso en sus lágrimas. Insisto en hundirme en un paisaje frío y azul (por no decir triste). Qué extrañas inquietudes despiertan en mí tu poesía, María.

              De repente, la segunda parte del libro aparece, para hacer contrapeso ante lo que acabamos de atestiguar. “Se oye un sónar bajo el agua.” La primera persona se diluye para dar paso a otro tipo de voz. Una voz que se cuela entre las grietas de un paisaje marítimo. Lanzo un quién vive: Me responde una multitud de animalitos. La fauna y la flora prometen la muerte. ¿Has estado en el mar? ¿Has metido y sacado la cabeza del océano? ¿Has abierto los ojos? ¿Qué imágenes aparecen? ¿Es una distinta de la otra? ¿Es la misma espuma? Así son los poemas de esta segunda parte. Flashbacks a la infancia:

“El gran calamar rojo pasa, y donde estaba la niña ahora hay una mancha de tinta.”

[…]
Atrapa un pez rojo y se lo pone en la boca para que no se muera. La lluvia va a hinchar su garganta para siempre. Y la selva avanza por el cuerpo. Y se le mete entre las piernas. Ella se transforma hasta parecer una bolita de wasabi.

[…]

El animal se mezcló en la chapa con pelos sangres y pintura. Ella miraba el aliento del caballo contra el parabrisas. […]”

           Las inmensidades de cada página fluyen; se mueven. Un libro que no tiembla, es un libro muerto. Aquí estoy yo viva y sorprendida ante una poeta que se atrevió a emigrar, a viajar y a amar. Pero también aprendió a quedarse. Al menos en mi memoria, su voz resuena, como un sónar de sonares.

Mariana Rodríguez (México, 1988) Escritora, traductora y editora de libros. Actualmente vive en la Ciudad de México, antes DF, antes Tenochtitlán. Cuenta con un blog http://mgilmourimbaud.blogspot.com/

Texto comentado : “Para una historia de los alimentos”, de María Eugenia López. Primera edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2018.

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